Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


100274
Legislatura: 1889-1890
Sesión: 9 de abril de 1890
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. González (D. José Fernando).
Número y páginas del Diario de Sesiones: 134, 2313-2314.
Tema: Carta circular del general Dabán.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros (Sagasta): Señores Senadores, claro está que el señor González tiene derecho para juzgar de los hechos históricos como lo tenga por conveniente; pero a lo que no tiene derecho es a hacer uso del cargo de Senador para venir aquí a herir a las instituciones bajo las cuales ocupa ese puesto. (El Sr. González, D. José Fernando: ¿Tenemos ya los partidos legales e ilegales?) No; rechazo ahora, como siempre, esa teoría, contra la que tanto he combatido; hablo de los hechos legales o ilegales con perfecta razón, porque la forma de gobierno no se puede discutir más que cuando se ofrezca aquí puesta al debate, conforme a las leyes, por los trámites que sean necesarios y en un caso constituyente. No se pueden discutir (y S.S. no tiene ese derecho, y no debe escudarse en el carácter de inviolabilidad que le da el cargo de Senador para hacerlo) cosas que aquí no deben discutirse, ni ser atacadas ni censuradas, ni emplear palabras malsonantes respecto a ellas. Porque si S.S. puede hacerse cargo de un episodio más o menos triste de nuestra historia, frente al cual opondremos otras de sus páginas más gloriosas, de ninguna manera puede considerar ese episodio como algo general para todas las Monarquías, y particularmente para la actual, que ampara la Constitución y vive encarnada en nuestro pueblo. No ha hecho bien S.S., por más que, fuera de mis palabras, no hay más correctivo que el que el Presidente, en uso del derecho que le concede el Reglamento, ha impuesto a S.S.; pero no ha hecho el señor González bien en usar de la inviolabilidad del Senador para decir cosas que son indebidas, que no puede exponer S.S., y contra las cuales el Gobierno protesta enérgicamente.

Yo deseo que de mis palabras resulte bien explícita y enérgica la protesta que, como contestación opongo a las de S.S. El Sr. González lo ha visto; ha dicho esas palabras con la protesta de toda la Cámara, absolutamente con la protesta de toda la Cámara; y de haber yo podido interrumpir a S.S., me hubiera levantado en el acto, como lo habrían hecho todos los Senadores, lo mismo los de la mayoría que los de las minorías, para contestarle, como ahora lo hago, porque eso no se puede tolerar, eso no se tolera en ninguna parte, ni en las Repúblicas ni en las Monarquías; porque S.S. tiene derecho para expresar aquí sus opiniones como lo tenga por conveniente, pero no para hacer uso de la inviolabilidad, que el cargo de Senador le da, para censurar las instituciones y para atacar a la Monarquía. (El Sr. Ortiz de Pinedo: Pido la palabra). Además, Sres. Senadores, ¿es prudente entrar en el Senado con la fórmula del juramento que se ha leído, para después faltar a él? ¿Es que al que jura le está permitido faltar a su juramento? ¿Es que a aquel, que da su palabra de honor, le está permitido faltar a esa palabra? Pues si eso no se permite fuera de aquí, no puede ser tolerado aquí, a pesar de la inviolabilidad de S.S.

No he tenido, no sé si decir el gusto o el disgusto, de oír la primera parte del discurso de S.S. Pero por las palabras con que lo empezaba y que escuché, parecía que deseaba provocar una división entre los generales del ejército español. Y S.S. tampoco ha estado bien en eso. Aquí no hay más que generales del ejército español; no los hay de esta o de la otra época; no hay tampoco generales que quieran restablecer el militarismo; y es bueno, Sres. Senadores, que no haya quien procure esas divisiones.

Yo no he podido ocuparme en estos días de rechazar lo que se me atribuye, suponiéndome enemigo del ejército, desafecto a los institutos armados y hasta deseoso de su desorganización. Entiendo que los mismos que dicen eso, no lo creen, porque yo he hecho todo cuanto me ha sido posible por enaltecer al ejército, procurando su bienestar moral y material. No hay nadie que me exceda en reconocer, ensalzar y aplaudir sus legítimas glorias y los grandes servicios que ha prestado a la Patria y a la libertad.

No; ligado el ejército como lo está a la vida civil del país, ha venido a ser como el instrumento del orden social, el brazo armado de la Nación para defender su independencia, garantir sus intereses e imponer el respeto a las leyes. Por eso el partido liberal desea y ha procurado, dentro de los medio de que el país dispone, el enaltecimiento y el brillo de nuestro ejército, trabajando para que alcance la organización, la cohesión y eficacia moral y material que necesita para acudir pronta y rápidamente a la defensa de la independencia [2313] nacional, como lo ha hecho siempre, aun en circunstancias poco favorables, en épocas de desgracia y en tiempos del mayor apuro, en todos los cuales ha sabido salir a la defensa de nuestra gloriosa bandera, quedando completamente airoso. ¿Qué no haría, pues, nuestro ejército si pudiera obtener una organización completa, y con ella la eficacia y la fuerza que la misma organización entraña?

Esto ha hecho el partido liberal, y esto deben hacer todos los partidos españoles, porque aman a su Patria. Si no se hace más por el ejército, es porque el estado del Tesoro no lo permite, que en otro caso más se haría; es porque no se puede olvidar que hay fuerzas en todos los partidos que se oponen a todo aumento de gastos, y aun creen excesivos los que ahora se hacen. El estado de nuestro Erario no nos permite dar al ejército una organización tan completa como fuera de desear, porque el país reclama a todos que pongamos mano firme sobre los gastos, y al país al fin y al cabo nos debemos todos, tanto el militar como el paisano; al país nos debemos todos, todos, lo mismo el que viste el honroso uniforme del soldado que los que le servimos con nuestra palabra y nuestra voluntad.

Claro está que a la suprema conveniencia del país tenemos que sacrificar todos nuestros deseos, todas nuestras aspiraciones. Y por el bien del país, no es lícito, cuando vemos organizarse el ejército de esta manera, cuando las fuerzas sociales se van fortificando, y cuando en todas partes va también estableciéndose el orden, gracias, señores, a la previsión de la Reina Regente y a la política liberal que impera, venir a recordar períodos más o menos históricos que puedan traducirse en ataques a la Monarquía.

Yo no quiero continuar; pero suplico al señor D. Fernando González, cuyo carácter apacible es de todos conocido, cuya formalidad es notoria, que considere que no ha estado en su derecho esta tarde, porque aun cuando el Reglamento (El Sr. Martínez Campos pide la palabra) y la Constitución lo permitieran, que no lo permiten, no debiera S.S. abusar de su derecho para decir aquí ciertas cosas. (El Sr. Marqués de Aguilar de Campóo: No lo permiten. Pido que se lean los art. 171, 172, 173 y 174 del Reglamento, y se verá que no conceden tal permiso). Y aunque lo permitieran, he dicho, no puede ni debe decirlas un Senador del Reino al amparo de una Monarquía.

Suplico, pues, a S.S. que, para quitarnos a todos el disgusto que nos ha producido sus palabras, dé aquí una explicación conveniente, una explicación que en nada puede mortificar la dignidad de S.S., puesto que en casos tales el darla es lo que corresponde al hombre honrado y al Senador. (Muy bien, muy bien, en los bancos de la mayoría). [2314]



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL